Michele Damasceno, Divina Liturgia, Θεία Λειτουργία, XVI sec., Museo delle Icone e delle Sacre Reliquie dell'Arcidiocesi di Creta, Candia |
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terça-feira, 21 de agosto de 2012
Los Orígenes del Santo Sacrificio de la Misa
El remedio a nuestra tibieza actual deberá ser a la vez doctrinal y litúrgico.
Los Orígenes del Santo Sacrificio de la Misa
Debemos urgentemente reencontrar el sentido de Dios, la reverencia de su majestad soberana, el temor y el amor de su santo nombre, la noción verdadera del sacrificio. El remedio a nuestra tibieza actual deberá ser a la vez doctrinal y litúrgico: estudiar y enseñar oportuna e importunamente la doctrina católica, y devolver a nuestras celebraciones su carácter sagrado de sacrificio y de oblación a la divina majestad. Nada mejor para ello que escudriñar la tradición y la revelación para ver lo que fue desde el principio y lo que debe ser la santa misa, así como las desviaciones que alteraron su santidad en el transcurso de los siglos.
Si no puede haber religión sin sacrificio, ¿dónde está el sacrificio de los cristianos? Evidentemente en la misa. Al menos tal ha sido siempre la enseñanza de la Iglesia católica. Hagamos pues otra pregunta: ¿En qué se asemejan nuestras misas a un sacrificio? ¿Dónde está en ellas la manifestación clara y decidida de nuestra adoración y de nuestra suma reverencia a Dios? ¿Dónde la afirmación de nuestra perfecta sumisión a sus preceptos? Desgraciadamente hay que reconocer que la evolución de las celebraciones litúrgicas en los últimos años no ayuda a ver en ellas un sacrificio. Muchas prédicas exaltan la dignidad del hombre más que la grandeza de Dios, y hacen hincapié sobre los derechos del hombre más que sobre la ley y los preceptos divinos. El altar del sacrificio ha sido sustituido por una mesa, la comunión se recibe de pie y ya no de rodillas, y fácilmente se excusa cualquier pecado sin necesidad de contrición. Todo esto hace que nos preguntamos a veces si el culto del hombre no ha reemplazado en alguna medida entre nosotros el culto de Dios.
El Salvador ofrece su sacrificio
La tradición cristiana, el testimonio de las Sagradas Escrituras y la doctrina de los santos padres son unánimes: nuestra santa religión gira enteramente alrededor del sacrificio del Verbo de Dios consumado en la cruz, y el culto cristiano se organizó desde los comienzos como el fruto, la continuación y la aplicación de este acto sublime. Cuando San Juan Bautista vio venir a Nuestro Señor, comprendió por revelación divina que Él era el verdadero cordero de Dios, que quita los pecados del mundo (Jn. 1), y que por consiguiente ya había llegado la plenitud de los tiempos. ¿Cuándo empezó el sacrificio de la nueva ley? Puede decirse que empezó desde el primer momento de la Encarnación. San Pablo (He. 10) dice en efecto que Jesucristo al salir al mundo se ofreció a su Padre, aplicándose las palabras del Salmo 39: Los holocaustos y otros sacrificios de animales no os han sido agradables, pero habéis unido a mi naturaleza divina un cuerpo para que pueda padecer e inmolarme a vuestra santa voluntad… y yo he dicho: he aquí que vengo a cumplir vuestra santa voluntad.
Toda la vida del Salvador fue una misa y una oblación a su Padre. El anonadamiento de su encarnación, las lágrimas que derrama el Niño Dios, las privaciones que experimenta son los preludios del sacrificio. La Virgen María lo presenta en el templo, lo coloca en el altar y Jesús renueva el solemne empeño de morir por la salvación del mundo… he aquí la ofrenda y el ofertorio del sacrificio cuya inmolación ha de hacerse en el Calvario, y su participación en el Cenáculo y en la Misa. Jesús es el verdadero cordero de Dios, que por su inmolación quitará el pecado del mundo (Jn 1,29). El Hijo muy amado del Padre (Lc 3,21) del cual San Juan Bautista confiesa que no se siente digno siquiera de desatar la correa de su sandalia.
Jesucristo prepara a sus apóstoles para el nuevo culto
El paso del antiguo culto judío al rito nuevo de la misa cristiana no se hizo sin la debida preparación. Durante tres años Nuestro Señor preparó e instruyó con mucha aplicación a sus apóstoles para que comprendieran perfectamente lo que sería el nuevo culto. Dios, les dice, no ha enviado a su Hijo para juzgar al mundo sino para que el mundo sea salvado por Él. Los prodigios que Jesús hace delante de ellos manifiestan su divinidad, pero cuando sus discípulos entusiasmados quieren hacerle rey, Él les anuncia su pasión y muerte (Lc 9,44). Jesús está ansioso de que llegue la hora de ofrecer su sacrificio por amor de su Padre y para salvación de los hombres. Y cuando San Pedro con falso celo y falso amor quiere disuadirlo, recibe esta respuesta terrible: "Apártate de mí Satanás, porque me eres un escándalo… porque tus pensamientos no son los de Dios sino los de los hombres" (Mt 16,23). A pesar de tantas instrucciones, los apóstoles se escandalizarán y abandonarán a su Maestro en la noche del Jueves Santo, y solamente más tarde, fortalecidos por la virtud del Espíritu Santo, comprenderán el sentido de estas palabras: "Si el grano de trigo no muere, permanece solo, pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24).
Jesús es el Buen Pastor, que da su vida por sus ovejas (Jn. 10,11), y es el pan de vida: quien no come de este pan que es su propia carne, no tendrá la vida eterna (Jn cap. 6). Era necesario que Cristo sufriera para salvarnos y entrar en la gloria (Lc 24,26). Lo profetizó sin saberlo el mismo sumo sacerdote que condenó a Nuestro Señor a la muerte: "conviene que muera uno solo por el pueblo y que no perezca toda la nación" (Jn 11,49). Ahora bien, para que nos beneficiemos de tan gran don, es necesario que se nos apliquen los méritos de Cristo, lo que se hace mediante el sacrificio de la misa.
Jesús instituye el nuevo rito y lo enseña a sus apóstoles
Nunca admiraremos bastante la sabiduría y las otras perfecciones de Dios tal como se nos manifiestan en la institución de la misa. "La Eucaristía, es la omnipotencia al servicio del amor: su primer efecto es hacernos permanecer en Jesús como en una plenitud infinita. Queda Él solo: ¡es el Maestro, el Rey!" (Santa Teresita del Niño Jesús).
A propósito de esta institución, es muy importante meditar con profundidad el texto del canon de la misa. De él se ha dicho: "El canon de la Misa contiene la historia sublime de la acción de Jesucristo al instituir la Eucaristía, y las palabras sacramentales de que se sirvió, y de que mandó servirse a los apóstoles y a sus sucesores, para consagrar el pan y el vino en su cuerpo y en su sangre" ("La Santa Misa", Ediciones Rialp, S.A., Madrid, 1965).
No podemos, hacer nada mejor que citar integralmente la sagradas palabras del canon de la misa tradicional, tan lleno de unción y de piedad.
La víspera de su Pasión, tomó Jesús el pan en sus santas y venerables manos… y levantando sus ojos al cielo, a Ti, Dios, su Padre omnipotente, dándote gracias, lo bendijo, lo partió, y se lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de él. Porque esto es mi cuerpo.
De un modo semejante, después de haber cenado, tomando también este precioso cáliz en sus santas y venerables manos, dándote asimismo gracias, lo bendijo, y dio a sus discípulos diciendo: Tomad y bebed de él todos. Porque este es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe: que por vosotros y por muchos será derramada para la remisión de los pecados. Cuantas veces esto hiciereis, hacedlo en memoria mía.
Después de Pentecostés, el culto cristiano se organiza.
El Salvador dejó este encargo solemne a sus apóstoles en el momento en que iba a ofrecerse en sacrificio: "cuantas veces esto hicieréis, hacedlo en memoria mía". He aquí como lo explica el Concilio de Trento: "Aunque Nuestro Señor debiera ofrecerse una sola vez a su Padre, uniéndose en el altar de la cruz para obrar la redención eterna, quiso dejar a su Iglesia un sacrificio visible, tal como lo requería la naturaleza de los hombres, por el cual se aplicase de edad en edad por la remisión de los pecados la virtud de este sangriento sacrificio que debía cumplirse una vez en la cruz… en la última cena, en la misma noche en que fue entregado, declarándose sacerdote eterno, según el orden de Melquisedec, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y vino, los dio a sus apóstoles, a quienes hizo entonces sacerdotes del Nuevo Testamento, y por estas palabras: Haced esto en memoria mía, les mandó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio que ofreciesen la misma hostia".
La doctrina del sacrificio de la misa, ¿una teología "degenerada"?
Se puso de moda en los ambientes progresistas tratar con desprecio la "teología sacrificial" de la misa. Para citar un ejemplo reciente, en un sermón pronunciado en la misa crismal (10 de abril de 2001), Monseñor Rouet, obispo de Poitiers en Francia, declara la guerra a esta "teología de muerte", inventada según él por el Concilio de Trento, consecuencia del terror provocado por la gran peste negra y de una especie de "crispación anti-protestante". "De estas tradiciones a corto plazo -dice Mons. Rouet-, resultó la noción de un sacrificio mutilado, degenerado, contra el cual el Concilio (Vaticano II) se levantó, por supuesto, un sacrificio vinculado con una falta, una privación, una herida, en una palabra: con una especie de masoquismo". Tales acusaciones son graves puesto que ponen en tela de juicio la doctrina tradicional de la Iglesia. Si la Iglesia se desvió en una cuestión tan importante, ¿qué queda de la infalibilidad del Magisterio?
Pero tales acusaciones no son solamente injuriosas para la Iglesia, demuestran además un gran desconocimiento de la belleza de su doctrina y del enorme provecho que podemos sacar de ella para nuestras almas. Eso es lo que procuraremos mostrar, con la ayuda de Dios y de su Santísima Madre, en el próximo número de esta revista: ¡El tesoro escondido de la santa misa!
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